Un día

Desperté en el D.F., pensaba hacerlo en Puebla, pero no fue así. Antes, estaba en Italia, en el coliseo romano, lo último que recuerdo haber visto fue un cráneo ensangrentado; en mis sueños, normalmente, suelo visitar Italia, Venecia, Roma, Milán, Sicilia, Florencia, etc., no la conozco, y al paso que voy está cañón que algún día llegue a estar por ahí. El punto es que desperté. Gallina sentada estaba, para variar, sentada junto ami. Después de desayunar y de salir de aquel departamento lo más pronto posible (no porque no disfrutara la compañía, sino porque no quería encontrarme con alguien más), llegué a la central de autobuses, y partí. En el camino, en lugar de ver a los deliciosos muchachones que se exhibían en la pantalla del camión ADO (véase George Clooney o Brad Pitt), preferí contar los tres incendios forestales que se veían en las faldas del Itztaccihuátl, y pensar, pensar, pensar (como lo haría el buen Winnie Pooh). Estos viajes siempre son buenos para pensar, aunque no siempre sea bueno lo que se piensa. Cuando llegué a Puebla, a las primeras personas conocidas que vi fueron mis abuelos y mi padre, comimos juntos, mi abuela le dice don José a mi abuelito, no sé si se me haría más raro que le dijera cariño. Durante el resto de la tarde me la pasé vegetando, hasta ahora que entré al mundo web (que sería algo así como la misma puerca nomás que revolcada), esperaba encontrar una respuesta de alguien que recuerdo con cariño, pero nada. ¿Qué se le hace? Luego, el hombre rojo que no se aparece. Mañana salgo a buscarlo...