sábado, março 26, 2005

Óle

Imagina que sueñas esto, o mejor, suéñalo:
El anfiteatro Flavio está frente a ti, sientes rabia, quieres venganza; entras por la vomitoria más cercana, y comienzas a subir escalones. Llegas al segundo piso, te sientas en las gradas, enmedio de la muchedumbre. Sientes la energía de toda esa gente, *iustitia* piden a gritos, te mezclas con ellos, son uno mismo, y ése mismo está indignado. En medio del graderío que rodea la arena, los soldados guardan a las fieras, ves un cuerpo mutilado, destrozado, es Cayo Aurelio, la bilis aumenta. ¡Venganza! Él aún se mueve, sus extremidades se retuercen como gusanos, mientras que el tronco, con ayuda del único brazo que le queda, busca desesperadamente su cabeza. Todo es color rojo. Los soldados se acercan a Cayo Aurelio, no puedes seguir viendo. Volteas a la izquierda, todos se relamen los dientes, hay tanta dulzura. Cuando vuelves a voltear hacia la planta elíptica, ya no formas parte del colectivo, ahora eres el emperador mutilado, el sentimiento es mutuo, la angustia no permite precatarte de que tu cabeza se encuentra dentro de tu pecho ¿Por qué sigues vivo? Los odias a todos, los odias. Sacas tu cabeza, la avientas hacia las gradas. Rojo. Despiertas.

Um comentário:

Anônimo disse...

bueno bueno, pues me has quitado una noche de sueño....